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Compiled and Edited by Elan Perchik

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3 de Tammuz, 5779 | 6 de July 2019         
                                     

Compiled and Edited by Elan Perchik


Rabanit Yemima Mizrachi
El Mensaje Decodificado

Durante el mes de Kislev, suelo hacer algo especial con mis estudiantes. Después de cada clase, un número de jóvenes se para frente a todas y cuentan historias sobre sí mismas. Ellas relatan acontecimientos que cuentan sobre un milagro personal o de Divina providencia y todas quedamos indeleblemente inspiradas.

En una ocasión cuando estaba hablando delante de un grupo de mujeres, hacia el final de la charla una mujer relato la siguiente historia acerca de ella:

“Mientras pasaba por tiempos difíciles en mi matrimonio, mi vida era miserable y poco satisfactoria. Eventualmente, mi matrimonio se disolvió y termino en un divorcio. La semana después de mi divorcio, yo estaba completamente destrozada. Simplemente no sabía que hacer conmigo misma. Recordando que estaba por cumplir cuarenta años el siguiente Shabbat, comencé a pensar en cómo me las iba a arreglar sola. Buscando a donde ir ese Shabbat, sabía que necesitaba encontrar la casa de una amiga donde el Yiddishkeit estuviera vivo y la familia llena de vida y energía. Ya que no podía pasar tiempo con un ángel, estaba buscando algo cerca considerando mi terrible situación.

Finalmente, después de encontrar la casa de una amiga donde me sentiría cómoda, me dirigí allí el viernes. Sin exageración, lloraba y lloraba. “¿por qué todo esto me está pasando a mí?” Me quejaba. “No es justo y no tiene sentido!” Me quejaba y hablaba de manera bien cínica acerca de mi situación, no estaba en el mejor estado de humor. Mirándome, la esposa de la casa dijo, “¿Cuál fue la Parasha que coincidió con tu Bat Mitzvah?” Me cogió fuera de guardia y sin estar bien segura de cual era, dije, “No tengo idea. Cuando fue mi Bat Mitzvah, no tuve que dar ningún discurso. Realmente no me acuerdo.” Buscando mi fecha de nacimiento y la Parasha correspondiente, pronto volvió a mí con la información.

“Era la Parashat Shelaj,” ella dijo. “Está bien, estas son noticias para mí,” dije yo. “Tú sabes,” continuo mi amiga, “por qué no abres el Jumash en la Parashat Shelaj y comienzas a leerla. La Parasha te puede dar una idea acerca de qué hacer y traer alguna inspiración para tu vida.” Escuchando la idea de mi amiga, seguí su consejo.

Cuando comencé a leer la Parasha y a aprender acerca de cómo el Pecado de los Espías se desarrollaba, comencé a pensar, “¿Que hice mal? ¿Fue lashon hara?” No podía señalar que había sido exactamente. Nada tenía sentido para mí y no pude conectar los puntos.

Hasta ahora, había pasado una decente cantidad de tiempo mirando a la Parasha y no llegue muy lejos. Entonces, decidí colocar esta pequeña actividad a un lado y cerrar el Jumash. Pero mientras lo estaba cerrando, mi amiga me miró. “No cierres el Jumash; solo continúa leyendo.” Sentada allí y sintiéndome desolada, decidí continuar leyendo.

Y entonces ahí vi exactamente lo que necesitaba. Llegue al Pasuk (14:11) que dice: “Y El Eterno le dijo a Moshe, “¿Hasta cuándo me provocara a ira este pueblo? ¿Y hasta cuando no creerán en Mí, con todos los signos que Yo he hecho en su seno?”

Entonces comprendí. El Pecado de los Espías fue que fallaron al ver que, así como Hashem les había provisto milagrosamente hasta ahora en el desierto, Él seguramente habría continuado cuidándolos y asegurándoles el éxito de la entrada a la Tierra de Israel.

Mientras que esta idea pasaba por mi mente, supe que HaShem me estaba diciendo, “Mi querida hija, así como te cuide hasta ahora, confía en Mi que te seguiré cuidando…”

Aun en medio de las situaciones menos esperanzadoras, Hashem viene a nuestro lado y nos recuerda que Él está con nosotros. Nunca estamos solos, sin importar donde nos encontremos en la vida. Todo lo que debemos hacer es reflexionar acerca de las incontables bondades y bendiciones que Hashem nos ha dado hasta este punto, y darnos cuenta que, aunque no sea evidente, Él continuará haciéndolo.

Rabino Yom Tov Glaser
Manejando las Olas de la Vida

Era un hermoso día en la costa de las playas de Méjico. Cielos claros y azules, grandioso clima y olas perfectas para hacer surf. La ola promedio ese día estaba entre dieciséis y dieciocho pies (4-6 metros) de altura. Mientras mis amigos y yo nos sentábamos en nuestras tablas y observábamos el horizonte para ver si algunas olas venían hacia nosotros, pasábamos el mejor tiempo de nuestras vidas. Pero nos preparábamos para algo más que simplemente pasar un buen tiempo en aguas frescas.

Bien conscientes que las indicaciones de olas aproximándose era el horizonte oscuro a la visión, manteníamos nuestros ojos bien abiertos para ver donde la próxima ola se iba a romper. Disfrutábamos competir tratando de ganarle al otro a ver dónde la ola pegaba y ser el primer emocionado en montarla. Pero a todos nos esperaba una gran sorpresa esta vez.

De repente, todo el horizonte desapareció. En cuestión de segundos, olas monstruosamente gigantes se dirigían hacia nosotros. Mirándome estaba mi mejor amigo. “¡Vámonos de aquí! Gritó. Dirigiendo su tabla hacia la playa, empezó a bracear. Yo sabía que él no iba a tener oportunidad contra las enormes olas. El definitivamente perdería la carrera contra ellas y terminaría siendo aplastado. Habiendo aprendido que, si una gran ola viene en tu dirección, el mejor movimiento es bracear hacia adentro del océano y tratar de salir arriba de la ola antes que se rompa, le grite a mi amigo que se devolviera y remara hacia atrás y el escucho.

Sobre nosotros estaba otro de mis amigos. Braceando hacia afuera, había podido llegar arriba de una ola de veinticinco pies (7.62 metros) y así evitó haber sido tirado de su tabla. Por el momento él estaba a salvo. Y entonces estaba otro de mis amigos. Él también había logrado llegar con dificultad hasta arriba, deslizándose por la enorme ola. El siguiente surfista estaba en una situación más difícil. La ola ya se estaba entubando, y solo segundos quedaban para que se rompiera hacia abajo. Por fortuna para él, pudo cortar bajo la ola justo a tiempo. Ahora llegaba el tiempo en el que mi amigo y yo nos enfrentaríamos a este reto. Pero no estábamos en la posición de montar sobre la ola o cortarla como ellos habían hecho antes. El borde de la ola estaba por chocar la superficie del agua.

Confiando en nosotros mismos, apenas pudimos colocar las narices de nuestras tablas por debajo de la ola arrastrándonos con ella. Lo logramos por un pelo. Literalmente.

Todavía no habíamos terminado. Había más olas adelante. Continuamos remando hacia adelante, a todos nos fue mejor esta vez. Un surfista pudo llegar arriba de la ola, otro la paso por el medio con tiempo de más y mi amigo y yo pudimos travesarla mucho mejor. Otra y otra vez, graciosamente maniobramos sobre y a través de las inmensas olas.

Pero ahí me puse a pensar. “¿Vine hasta Méjico solo para bracear sobre las olas?” Y así, cambie la velocidad. Mientras la última ola se acercaba, giré mi tabla y empecé a bracear tan rápido y tan fuerte como pude para alcanzar la gigantesca ola. El problema fue que esta ola era de alrededor veinticinco pies de alto. Y cuando se trata de montar una ola grande, usar una tabla grande te deja bracear más rápido y entrar a la ola. Pero este no era mi caso. Mi tabla estaba en el lado pequeño y no lograba moverme lo suficientemente rápido para alcanzar la ola. Solamente estaba más y más empinado y no me dejaba ingresar.

Eventualmente me pude colocar encima de la ola hasta que estaba mirando por encima de veinticinco pies de altura. Y entonces la ola se volvió completamente vertical. Esa fue mi señal. Colocando la tabla al frente mío, me pare encima de ella. El único problema era que la ola todavía estaba muy vertical para que hiciera contacto suave con ella. Y así, fui lanzado por el aire a veinticinco pies.

Aterrizando con un “boom” en la superficie del agua, ya no tenía ninguna velocidad. Afortunadamente, casi de inmediato, la ola embistió hacia la orilla y se derribó. Lo siguiente que supe era que estaba en el tubo de una ola de veinticinco pies corriendo hacia la orilla. Acurrucándome, evite ser golpeado por la corriente de agua y ser derribado.

Por la próxima mitad de milla (804 metros) monte la ola como una gigantesca montaña rusa hasta la orilla. Cuando finalmente toqué la arena, solté un triunfante grito¡Whoo-hoo! Lo hice. Monte la ola en vez de que esta me montara a mí.

En la vida, esta anécdota se manifiesta por sí misma. El primer surfista es aquel quien, viendo el miedo, se paraliza y corre. Él se retira y se va hacia el otro camino. El reconoce las formidables y aplastantes olas en su vida e inmediatamente busca refugio. Las personas que se retiran, sin embargo, son eventualmente aplastadas por la vida. Las olas un día los alcanzaran y los dejaran en una posición comprometedora.

El siguiente surfista actúa con extra precaución. El no corre hacia otra dirección, pero sigue buscando montar sobre la ola y evitar los retos. El no corre asustado, pero maneja la situación con precaución y esquiva cualquier cosa que lo desanima. Aun cuando es sabio toma precauciones al manejar los peligros de la vida, estar muy ansioso casi siempre nos impide vivir la vida plenamente. Los temores por el matrimonio, los hijos, las finanzas o el estilo de vida son entendibles; pero dejar que estos temores interfieran con nuestra calidad de vida no es sensato. Hashem quiere que vivamos una vida dedicada donde invirtamos en nosotros mismos y evitemos el miedo de cometer errores o fallar.

El tercer surfista es el individuo que monta las olas de la vida. Cada ola que la vida le lanza es enfrentada. En vez de rendirse o evitar los obstáculos en los desafíos, él nada hacia adelante completamente comprometido. Este surfista se da cuenta que no hay lugar para la duda o la falta de confianza. Echarse hacia atrás en el último momento es peligroso y no da buena señal. Y cuando él enfrenta la ola y la monta, experiencia una emoción como ninguna. Vive como un campeón.

El objetivo en la vida es entrenarnos para ser como el tercer surfista. Las pruebas de la vida son para aprender a superar nuestros desafíos en vez de correr y escondernos de ellos. Al enfocar nuestra atención determinadamente a afrontar nuestras más grandes dificultades y nuestros peores miedos, tendremos la oportunidad salir arriba.

Los estudios han demostrado que existen cinco grandes miedos dentro de cada ser humano. Estos son (orden del más al menos común): 1) Miedo al Rechazo; 2) Miedo al Fracaso; 3) Miedo a la Falta de Control; 4) Miedo a lo Desconocido; 5) Miedo al Dolor o al Sufrimiento.

El miedo al rechazo es la ansiedad que tenemos acerca de cómo los otros nos perciben. ¿Tal vez ellos sienten que yo no cumplo con ciertos estándares? ¿Tal vez ellos piensan que yo soy incompetente o inexperto?

El miedo al fracaso es un sentimiento subjetivo. Viene de nuestra propia falta de confianza para realizar algo bien o dejar impacto significante. El fracaso en este sentido se refiere no al como los demás nos juzgan, sino como nos juzgamos a nosotros mismos.

El miedo a la falta de control. Aunque nos fue dado el regalo del libre albedrio y estamos en la posición de tomar decisiones, al final Hashem controla el mundo. Debemos hacer lo mejor, pero la verdad, no estamos a cargo.

El miedo a lo desconocido. Nadie sabe que depara el futuro. Podemos planear estratégicamente y proyectar el que será, pero después de que todas las cosas son consideradas, no hay garantías de nada.

El miedo al dolor o al sufrimiento. Ya sea dolor físico, mental o emocional, enfrentar la incomodidad y la desgracia es un pensamiento que no quisiéramos considerar.

Si piensas en esto por un momento, veras que todos los cinco miedos están dentro de ti. Algunos son más dominantes y obvios, mientras que los otros se encuentran en tu subconsciente. Pero, de cualquier manera, todos están sin duda ahí. Nuestra misión, es descubrir cual miedo es el más dominante dentro nuestro. Una vez hayas identificado esto, el siguiente paso es descubrir la forma más efectiva para enfrentar ese miedo y superarlo.

Interesantemente, los estudios demográficos han corroborado que distintos países sufren de estos miedos en diferentes grados. Aquellos que viven en Sur África son particularmente temerosos de no tener el control. En Los Ángeles, el miedo al rechazo aparece como el más dominante. Con mucho enfoque en la apariencia externa y la opulencia, el rechazo , el aislamiento duele demasiado. En Manhattan, el fracaso fue señalado como el miedo número uno. En una ciudad donde los negocios y el éxito financiero hace al hombre, el duro esfuerzo es puesto en el desempeño perfecto. En Inglaterra, debido a varios factores culturales, todos los cinco miedos se encontraron presentes en igual proporción. Evidentemente la psicología humana está influenciada por el ambiente que nos rodea. Sin embargo, esto no significa que no podamos surfear a través de estos factores que nos bloquean y superar nuestros miedos.

Cuando nos enfrentamos al mar de la vida, las olas pueden parecer intimidantes. Muchos retos inevitablemente se impondrán en nuestro camino, algunas veces aun inesperadamente, y tratarán de hacernos caer. Muchas preocupaciones pasaran por nuestras mentes, dependiendo de donde vivamos y en qué etapa de nuestra vida nos encontremos. Pero, lo que sea y cuando sea debemos recordar al surfista que monta las olas. Podemos escoger continuamente evitar los problemas, o anticipar el peligro yendo hacia lo seguro, pero esto que nos hara mejores personas y transformara nuestras vidas es enfrentarlos con valor. Y cuando hacemos esto, vamos a ver increíbles descubrimientos que abrirán nuestro panorama a las oportunidades desconocidas. Seremos capaces de desbloquear nuestro potencial interno y elevarnos al punto de la propia perfección.

El montar las olas de la vida asegurara que vamos a llegar triunfantes a la orilla después de ciento veinte años como campeones de oro, y tenemos nuestro experto mentor, Hashem, celebrando con una gran sonrisa.

Un Mensaje Corto De
Dr. Sara Barris

Un número de investigadores, entre esos John Gottman, escriben extensamente acerca del concepto llamado “Ir hacia”. Por ejemplo, una esposa se despierta en la mañana y dice, “¡Wow! ¡tuve un sueño increíble!”  En ese momento, el esposo podría escoger y decir, “Suena bien, pero yo no soy un intérprete de sueños.” Esto es “irse al otro lado”. “Ir hacia “involucra que el esposo diga, “voy un poco tarde al trabajo, pero dime tu sueño rápidamente.” Más tarde, el esposo le puede reiterar a su esposa, “Estuve pensando acerca de tu sueño y me recordó algo…” En ese momento en el que el esposo “va hacia” el otro y le ofrece su atención es extremadamente poderoso. Mostrar que genuinamente te preocupas, sin importar que importante o insignificante el problema pueda ser, hace la gran diferencia a lo largo de un matrimonio.

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